Puntos de vista

Ayer domingo, día en el que por lo general veo muchas pelis por la madrugada y me levanto sobre mediodía –o aún más- , se convirtió en un día mas de trabajo: desde las 8.00 am hasta las 17.00 pm en los Juzgados Penales de Turno. 

Ahí es un mundo aparte. Se puede estar citado a las 8 y terminar siendo llamado a las 10, 11, o 15 horas. Por tal motivo –y a pedido de los funcionarios y para fastidio de los citados- existe una hoja de papel escrita en grandes letras negras pegada al lado de la ventanilla de atención al público –cosa que sea bien visible para todos los presentes en la sala de espera- advirtiendo que: “La hora de citación no implica que la declaración será tomada a la hora señala y  de modo alguno la atención es por orden de llegada”. Claro que si a mí se me ocurre bajar a comprar pastillas, chiclets,  agua mineral, o tomar un café en el bar de la esquina, indefectiblemente sonará mi móvil para avisarme que “su defendido fue llamado para declarar”. Gajes del oficio.

Resulta en cierto modo tragicómico estar en esa antesala de puerta al infierno y creo que es uno de los pocos sitios donde realmente todos somos y nos sentimos iguales (excepto los abogados, of course). Las sensaciones y emociones que se ven reflejadas en las caras de los allí presentes, van desde el típico nerviosismo por la sola idea de declarar ante un Juez; sudoración espesa cuando hay algo que no se quiere deschavar y no se sabe hasta qué punto “todo lo que diga puede y será utilizado en su contra”; dolor profundo cuando es la propia víctima o sus familiares quienes tienen que prestar declaración ante un delito de violencia física; risas nerviosas y toses interminables; caminatas entre las sillas, etc. 

Y como una no tiene otra cosa que hacer que esperar y además tiene los oídos abiertos, escucha. Algunas historias  son kafkianas, como la de una madre que viene a declarar con su cara hinchada por los golpes que le propinó su propio hijo; otras son un tanto risibles, como la del vecino de abajo que denuncia al de arriba por tirarle una maceta que lesionó a  su gato;  y otras sumamente divertidas como la de la esposa de un señor que viene a denunciar al dueño de un hotel de alterne (amueblada, para los de aquí),  porque éste le quiso cobrar dos veces la noche y ofrece como testigo a la integrante del menage a trois que iba escondida en la camioneta¡¡¡¡¡ Lo mas difícil en estos casos es que una, como profesional, se encuentra en el medio (del conflicto¡¡¡¡ no del menage). Es decir, tiene que defender a su cliente –cada cual elige la opción de vida que mejor le salga- y hasta cierto punto lo comprende, si le quieren cobrar dos veces por el servicio, está mal y se puede reclamar. El asunto es hasta qué punto  llegar con esa reclamación? Si hubiese sido yo, antes muerta y pagado 3 veces, que denunciar¡¡¡  Pero claro, ese es mi punto de vista. El juez en éste caso me terminó llamando a su despacho y preguntó: “doctoooooora, ¿y si lo arreglamos con un pase libre por dos noches?” jajajajajaja. Pero lo peor del caso es que la esposa del matrimonio –y hago esta aclaración porque el pobre petiso del marido, no sabía donde esconderse de verguenza- seguía insistiendo con el “daño moral”¡¡¡. Sin embargo  le asiste razón a ella, porque ¿por qué motivo permitir que le cobren doble y le impidan la salida del garage del mueble? Da vergüenza ajena, pero tiene razón.

Sin embargo el caso de ayer estuvo impecable¡¡¡ Cuando el juez le pregunta a mi defendido: “profesión”?, él responde muy suelto de cuerpo: “tatuador y vendedor de droga”, repregunta el Juez asombrado: “o sea que para Ud. vender droga es una profesión”?, a lo que mi cliente “estrella” responde: “ud. no me está procesando porque me agarraron con merca para vender? Entonces déjeme al menos ponerme como profesión,  “vendedor”. Esto corrió por los corrillos como leche hirviendo y cuando voy caminando hacia afuera, siento a los funcionarios del Juzgado –con quienes obviamente nos conocemos desde tiempo- decirme “eyyy, doc, vaya alarde el de tu cliente con su profesión”. Pero hasta qué punto el chico no tenía razón –al margen de lo que cada uno  pensemos respecto a la mercadería que vendía- al autodenominarse “vendedor de droga”? Lo están procesando por ese ilícito y el Juez se asombra por la respuesta “inmoral” que hace el chico, pese a que la ley lo tipifica como tal¡¡¡

Si bien este texto pretendió ser meramente distendido, no deja de tener un trasfondo.  Es decir, quién determina que cosa es importante o no para alguien? Cuáles son nuestros criterios para “juzgar” si lo que hace o dice otro está bien o mal?, Por qué “queda mal” que alguien que ha sido estafado porque se le pretendió cobrar 2 veces lo mismo -justo cuando fue a hacer un menage a trois con su marido y otra chica- reclame sus derechos ante un Juez?; qué tiene de raro que quien vende droga, se proclame “vendedor de droga” a boca de jarro, cuando está siendo procesado por ese delito? Nuestros conceptos morales influyen de tal modo, que hasta para un juez resulta difícil ser totalmente objetivo, tomar distancia de prejuicios, partir de un punto equidistante entre lo que se me presenta y mis propios conceptos o preconceptos. Sin lugar a duda, todo va a depender  del cristal con el que se mire.

El punto amarillo que aparece en el tríangulo, tiene la misma distancia del vértice superior al punto, que del punto hasta la base. Es sólo una ilusión óptica la cercanía hacia el vértice.

En lo cotidiano muchas veces nos ocurre lo mismo. Nos dejamos llevar por las apariencias, por la falsa moral, por los prejuicios, sin darnos cuenta que la realidad está ante nuestros propios ojos, salta a la vista pero pasa inadvertida. Distinto es que conciliemos o no  con ella.