La necesidad de comunicarnos

Los seres humanos no somos computadoras, ese es nuestro defecto y nuestra grandeza. Somos libres e imprevisibles. A idéntica situación, no todos respondemos de igual forma, con idéntico estilo. Esto por cierto nos provoca zozobra, inseguridad a quienes solemos ser "demostrativos". Se “supone” que si yo te estoy amando con X intensidad, debo de recibir de vos el mismo quantum, la misma calidad y especie de lo que te ofrezco. Sin embargo esto no es así, pues vos y yo; vos y él; vos y ella, somos asimétricos. No somos una ganancialidad amatoria a 50 y 50.

Amar o querer entonces, parecería ser que se convierte en un riesgo. Si fuésemos computadoras, quizás sería mas fácil comunicarnos mediante un “diálogo amigable” como con el asistente del Word, con cero % de riesgo. Pero si así fuese, seríamos máquinas, no habría amor o querer y por lo tanto, tampoco necesidad de comunicación.
Por qué entonces -si somos humanos y necesitados de comunicación fraterna, cálida, amorosa- tantas veces fallamos en el diálogo? No será por falta de servicios, porque nos invadieron cuántas empresas de móviles, de fijos, a control remoto, etc. que había en el exterior y en nuestro medio, aunque no me refiero a éste tipo de falla externa. Pareciese ser que hoy por hoy, hay fallas en nuestros “sistemas”. No recepcionamos adecuadamente las señales que provienen del otro, ni el otro capta del todo bien las señales que nosotros emitimos. Si yo emito "A", el otro interpreta "C" y/o viceversa. ¿En qué nos perdemos? Creo que olvidamos aquello que inicialmente, nos sedujo del otro.
¿En qué parte de la “involución” quedó el diálogo de las miradas, de los gestos, de las caricias tiernas, de las caricias provocativas, del juego de palabras, que forman también parte de la comunicación?
Creo que de tanto andar de cacería –acá te agarro, acá te mato-, de tanto fast food, nos hemos ido perdiendo de ese juego delicioso e insustituíble que es el de la seducción del día a día. Ese que se da entre la otra persona y yo generalmente al inicio de la relación, donde ambos somos conscientes –aunque no queramos admitirlo- que estamos "jugando" a seductor y seducido, a atrapante y atrapado y nos dejamos llevar, y nos vamos conociendo, y nos vamos conquistando. Y cuando finalmente "caemos en la trampa", cuando sentimos que fuimos fulminados como por un rayo, nos olvidamos del mundo para llegar a lo más alto de esa suerte de montaña rusa, desde cuya cúspide gritamos ¡¡"toqué el cielo con las manos"¡¡ y nos sentimos tan próximos al paraíso, que hasta nos volvemos amigos de la serpiente.
Pero también es cierto que estar en la cima de cualquier relación, no es eterno, por mas sloganes y frases célebres que insinúen lo contrario, como las que dicen que el amor no es para siempre, sino que yo elijo al otro día a día (parecería que vivimos metiendo el sobre en la urna cada día).-
¿Qué sigue luego que me dejé, quisimos, insinuaste y yo permití ser “atrapada” o seducida? Ya no arde Troya, ya no sentimos hormigas, mariposas -o el bichito que mas les plazca- permanentes en el estómago, ya no comemos a cada rato de la manzana prohibida porque casi podamos al pobre árbol , apenas tenemos un mechero y encima, con poco gas. ¿Queda algo por salvar, si por momentos me siento como pez recién sacado de la pecera, pidiendo agua por señas? Y si lo hay, ¿qué lo salva? Lo salva las miradas, los gestos, los juegos de palabras que nos hicieron llegar a lo mas alto y gritar como posesos; lo salva los recuerdos de aquél éxtasis y la ilusión de un "tal vez".
Y en mí, también lo salvan tus palabras que brotan cual cascada, devolviéndole aire a mis pulmones cuando creo haberme quedado sin stock. Ayer una vez más, luego de secar mis lágrimas, me salvaron tus palabras.