La Lola

Se llama "Lola". Bueno, en realidad le puse Lola  "la coquetera", como la de la canción. Vero le había puesto Ximena, con X y vimos que eso de estar apretando los dientes  para llamar a la gatita, no resultaba práctico. Entonces digamos que opté por la vía del decreto :"Y PASO A LLAMARSE LOLA"¡¡¡¡  Convengamos que Vero estuvo antes de acuerdo, eh?

Lola es un solcito travieso que llegó a casa hace dos días, como "obsequio" de la madre de XImena, la amiga de Verónica cuya gata tuvo hij@s  hace dos meses y medio. Admito que cuando ví a Vero entrar con la gata en brazos, mi cara de estupor y el grito en el cielo que dí, la dejaron pálida a ella que es morocha. Creo que me excedí. Pero el asunto viene de tiempo atrás, cuando ante la insistencia de mis hijos por un perro -al que prometieron cuidar, sacar a pasear, hacer sus necesidades, bañar, etc.,- les regalé una perrita cocker divina que no cuidaron nunca y la pobrecita sufrió mas que lo que disfrutó en casa. Yo no tuve mascotas nunca, de ahí que tampoco sepa cómo enseñarles donde hacer sus necesidades ni lo que tengo que hacer para que me obedezcan. Conclusión: la terminamos regalando a una familia que adora a los perros y advertí a mis hijos que en casa, nada de bichos -a excepción nuestra-.

Pero en fin, como errar es humano -y embocar es divino- a medida que fueron transcurriendo las horas -era de noche- y se fue posponiendo su devolución inmediata, Lola fue aprovechando cada instante para defender su causa de "inquilinato precario". Mas tarde,  la dejamos en el fondo  para pernoctar esa noche y al día siguiente, retornar a su hogar de orígen. Y fue en ese momento, cuando desde afuera colocó sus patitas diminutas en  los hierros de la reja de la ventana de la cocina y asomó su carita con ñata rosadita, y esa expresión de "soy inocente, please", que decidimos con Vero que La Lola ya fuese inquilina sin plazo de contrato, ni garantía de alquiler.

Ayer por la mañana, cuando la dejé entrar a la casa y me ronroneó entre los pies, la levanté y se puso a "lavar" su cara con sus patas y su lengua y me miró fijo a los ojos, me encaró¡¡ jajajaja Ahora es la consentida. Se sienta en mi sillón, sube y baja las escaleras de casa con total soltura, pero tiene sus límites: ha pretendido subirse a las mesas del living, a la del comedor, a mi escritorio y ante un "NO" bien firme, me queda mirando -supongo que intentará intimidarme?- y al ver que prosigo por la negativa, se baja. Por la tarde se trepó a la estufa a leña -estamos en verano, claro está-  oficiando de hollinadora y comenzó a trepar por el ducto¡¡¡ Ante mis gritos de susto -que disimulé con una firmezaaaaaa de "bajá de ahí o te revientoooooooo"- se bajó y la rezongué  muy severamente, con ayuda de subida y bajada de dedo índice de mano derecha. Bajó con su cola blanca ahora negra, y se escondió debajo del banquito de madera que tengo para sentarme y avivar el fuego, donde permaneció quieta, como en penitencia.  Me dió pena, juro por Dios¡¡¡  Entonces, como es lógico en estos casos, la tomé entre mis brazos y  mientras le acariciaba el lomo y la cabeza, le expliqué que yo me había enojado porque no puede subirse por un ducto todo negro, que es peligroso, además que siendo tan blanca queda luego toda negra, que si no podía bajar luego cómo la bajámos?, en fin. Creo que entendió, porque al rato se puso mas alegre y terminamos jugando al "choque esos cinco" entre sus patas y mis manos.

Lo que me estoy divirtiendo con Lola, no está escrito¡¡¡¡ (buee, hasta ahora, que pasa a estarlo en mi blog). Se persigue la cola permanentemente hasta marearse y caer rendida; le puse un espejo redondo con aumento para que se vea, y extiende sus patas para jugar con su imagen, ladea su cabeza para un lado y para el otro y ve con asombro que la del espejo también, jajajajaja no sé que sentirá ella, pero yo me río como loca. Verónica de a ratos, se divierte acariciándola también, pero se descansa en que "está mamá". Pero de hecho, quien más está fascinada por la llegada de su nueva hija adoptiva, soy yo.