BIENVENIDA

lunes, 10 de enero de 2011

Incertidumbres

La primera vez que vi a Isaura, no tuve buena impresión. Cuando entramos en consulta, apenas esbozó un saludo y sin mirarte a los ojos, preguntó cómo seguías. Parecía parapetada detrás del escritorio lleno de analíticas y expedientes, con la identificación de médico con su nombre prendido en la túnica blanca, las recetas listas para llenar y la lapicera cual arma en mano, pronta para ejecutar el primer disparo “sedante”. Nosotros tres del otro lado, intentando romper el silencio cortante con comentarios triviales, que de modo alguno lograron que su vista se levantara de las recetas que salían como de una máquina de contar billetes; nosotros tres mientras, esperando una respuesta esperanzadora a una pregunta inexistente que flotaba en el aire, sin formalizarse. Yo a tu lado, observaba expectante tu impaciencia y tu cautela, tu silencio disimulado por el ruido provocado por papeles viejos que movías dentro de la carpeta que siempre llevas, como intentando acreditar tu existencia. Parecías un adolescente al que no le ha ido del todo bien durante el año en matemática y teniendo al profesor enfrente, no se animara a preguntarle si exonera o no, antes que le entreguen el carné. Y recordaba a aquél hombre encarador, siempre seductor con sus palabras y acento castizo que tanto me atrapó, siempre apresurado, siempre intentando buscar soluciones inmediatas a problemas añejos. Y te quise mucho mas en éste nuevo rol, y odié mucho a Isaura por no dedicarte la atención que yo deseaba, por no tomar tu mano y transmitirte la confianza que necesitabas, por esconderse detrás del escritorio, por despedirnos con un montón de recetas de quimio nuevamente y no regalarnos un “al fin, se terminó”.

Casi al mes, la volvimos a ver. Con una excusa tonta, de esas que le damos a los hijos cuando no queremos apenarles, o que no se enteren de algo –aunque ya lo sepan- decidiste que era mejor que a esa consulta fuésemos tú y yo solos. Yo sabía que tú querías saber, pero no exactamente qué. Isaura nos saludó y cuando sin mirarnos, intentó sumergirse en la cadena de recetas a darte, tomé su mano antes que comenzara a escribir y le pedí que nos mirara. Y nos miró, y te miró. Y dejó la lapicera sobre el escritorio y surgió otra mujer, surgió una médica que intuyó tus interrogantes, tus incertidumbres y asumió que éste era el momento de prestarte oído y responder a lo que ¿deseabas? oír. Ya habían transcurrido 12 meses desde la operación en noviembre, tú habías respondido muy bien a la medicación, nos dijo. Su pronóstico? preguntaste. Ella había imaginado 13 meses desde la operación…………………………….. y continuó explicándonos mientras dibujaba una gráfica en el papel, donde estabas tú en ese momento, que había pacientes que luego de 4 años aún seguían en tratamiento, que no todos los casos son iguales, que lo importante es vivir el día a día, etc., etc., Y aunque ella señalase en el papel donde estabas tú, yo me preguntaba realmente dónde estabas en ese momento. Tu cabeza se movía asintiendo lo que ella decía, pero yo intuía que en tu interior, estabas perdido, navegando en medio de mares tenebrosos. Intentaste bromear al saludarla cuando nos retiramos, yo la saludé agradecida. Pero no por la respuesta que te había dado, al fin y al cabo no sé si realmente querías saber algo nuevo u oculto, o contrastar su opinión con lo que todos ya sabíamos y mejor que nadie, tú. Internamente le agradecí, porque comprendí que ese escritorio sí es su muralla. Porque es probable que cueste mucho encontrarse ante unos ojos que disimulan el querer saber o no la verdad de su realidad.

Regresamos en silencio a casa. Lloramos en silencio y luego fuerte. Te abracé intentando contenerte, aunque egoístamente, quien buscaba contención en tí, era yo. Casi podía escuchar el repiqueteo en tu cabeza del “13” y estoy convencida que hasta lo jugaste en la Primi.

Ahora ya pasó casi un mes, quedó atrás el 13. Luego vendrá el 14, 15, el día a día, quién sabe?

Hemos chocado con la vida muchas veces por exceso de velocidad, ahora entendemos todas sus señales.

No quiero que pese a los miedos e incertidumbres, a los temores y a la distancia, te impactes con la vida. Solo quiero que continúes con el guión como hasta ahora, que te sigas quedando cada día.
Quién sabe aún, el final de esta historia.

4 comentarios:

Luis dijo...

Zuly, ....es que..., el número de la lotería del Niño ha acabado en trece.

Zuly preciosa, qué enorme corazón tienes. ¿Lo puedo morder para que el esmalte de mis dientes sea más blanco?

Me has emocionado mucho, imaginándoos a los dos en la consulta, lo has narrado con una naturalidad y un sentimiento que sólo crecen en los pastos del amor.

A. es afortunado.

Un besazo, linda

itxaso dijo...

Siempre te lo digo y te lo diré ..eres muy buena escribiendo..te atrapa rápido la emoción y eso es muy dificil de conseguir ..He llorado amiga de emoción .de sentimiento hacia tí . Eres Mágica.

MUXUS

Zully dijo...

Luisito, hola¡¡ Pero lamentablemente ¡no ganó la lotería¡
Recuerdas cuando hace unos días atrás, escribiste en tu blog sobre el estado de UnAngel? Ananda hizo un comentario muy bonito, con el que me identifiqué plenamente, pues creo que "amar" realmente, va mas allá del otro. Uno desea lo mejor para el/ella, aunque en esos planes tú no estés incluíd@. No es este el caso específicamente, pero te miento si dijese que no daría casi todo por estar 2 días en Vigo y 1 en Montevideo. Pero es soñar despierta, pues la realidad es la realidad¡¡ Tú sabes de soñar despierto, mi querido Luisín. Un besazo enorme y gracias por tus palabras.

Itxa, mi amiga vasca del alma que aún no me escribió a mi mail¡¡¡ Quiero explayarma extensamente contigo, Pilar, por favor escríbeme al mail que aparece aquí en la página de mi blog.
Como podrás ver, estos dos meses que estuve por tu tierra, no fueron exactamente de vacaciones. Pero de verdad necesitaba "charlar" contigo, aún telefónicamente. Por momentos me sentía tan fatalmente sola -porque no quería llorar en su presencia- que mira lo que ocurrió: una tarde salí al super. En la esquina de casa en Vigo, hay un restaurante-bar-de todo un poco, uruguayo, que se llama "La Pasiva" -aunque su dueño es gallego- y entré allí a tomarme un "café con leche" en taza y me puse a leer el periódico. En ese momento me llamó Diego, mi hijo, y me he puesto a llorar como una tonta, aunque creo que mas fue porque no se oía casi nada por el ruido que hacían los tenedores que estaban guardando, que por la lejanía. Se me acerca una chica -la moza- y me pregunta si estoy bien, ella era chilena. Y ahí, sin mas, me solté cual represa que se rompe y no paré. A su vez la chica tenía a su padre muy enfermo en Chile, sentía muchísima nostalgia, conclusión: terminamos llorando las dos¡¡ Pero estuvo bueno pues nos soltamos ambas.
Gracias amiga por estar siempre aquí, pero reaparece en mi mail¡¡ Mi msn anda fatal. Te quiero mucho

Anónimo dijo...

Simplemente me emocioné hasta las lágrimas al leer este relato que con un lenguaje muy cálido nos habla del Amor, la Vida y la Partida... de la cual ninguno de nosotros tiene certeza de cuando será
Lourdes