BIENVENIDA

martes, 4 de noviembre de 2008

¿Solamente una vez?

Nunca se había sentido tan amada. Sí le habían hecho sentirse querida, pero amada, sólo hasta que conoció a Alvaro. Esta diferencia la comprendió recién un día, conversando a la salida de Facultad con un grupo de amigos en el Sportman, mientras esperaba que se enfriara su café con Sucaryl para luego tomarlo helado. María y Alejandro sostenían una discusión sobre la diferencia entre amar y querer. Según María, Alejandro solo la quería en tanto que ella lo amaba desde que lo conoció. El pobre se defendía como gato entre la leña intentando demostrar que también la amaba, enumerando los motivos. Y ahí, mientras los observaba y escuchaba revolviendo su café ya frío, recordó un encuentro parecido años atrás, con un Alejandro recién recibido y una Laura –su novia por entonces- estrenando tertulias de café, era la mas chiquita del grupo. Nadie hubiese dado un céntimo por aquella relación, sin embargo todos sabían que Ale moría de amor por Laurita. Todo él era una manifestación de amor hacia ella no era necesario siquiera que él se lo dijese, pese a que lo hacía a cada rato, porque se le notaba a la legua. Pero ese no era el momento de traer recuerdos a la mesa y menos “esos” recuerdos, en presencia de María. Aquella noche Helena comprendió al observar a Ale, cómo todo nuestro ser se manifiesta de modo diferente ante un sentimiento u otro. Y comprendió también que muchas veces, es preferible una mentira piadosa a una verdad descarnada. Como la que Ale le estaba chamuyando a María en ese momento.
Alvaro había aparecido en su vida en forma intempestiva. Nada había sido programado, todo había sido obra de la casualidad: Mariela era compañera de Helena en la oficina y amiga de Alvaro fuera de ella. Mariela festejó su cumpleaños e invitó a varios amigos y ellos se conocieron ahí. La conversación comenzó en forma genérica, entre cervezas, pizzas, y demás elementos que fueron llegando al cumple “lluvia”. Hasta que en un momento, no supo ella cuando exactamente, la música se suavizó, el resto de las voces se fueron diluyendo y ella permaneció escuchando a Alvaro contar sus historias de saxofonista; las situaciones mas frecuentes que se le presentaban en su consultorio de sicólogo; su divorcio de Cecilia; su dolor por no haber tenido hijos; su reciente “soltería” y su intento por perfeccionarse en las artes culinarias. Helena contemplaba la frescura de ese hombre, quien le hizo reír con sus chistes y la sedujo con su voz firme y sensual.
Al despedirse a la salida de la casa de Mariela, no quedaron en nada. Sólo se saludaron y cada cual se dirigió a su coche. Sin embargo al mediodía siguiente, cuando Helena entraba a la oficina luego de una reunión, una Mariela tentada se acercó ligera a su escritorio y dijo: “llamó Alvaro para preguntarme por vos y si le puedo dar tu celu. Puedo?”. Mil pensamientos corrieron por su cabeza en un segundo: la diferencia de edad –ella era diez años mayor y sabía los destrozos que los chimentos hechos en voz baja, causaron en otras amigas que vivieron lo mismo-; el qué dirán pegaba y mucho; ella con hijos, él aún sin tenerlos; en fin¡¡¡¡¡¡ Pero la tentación estaba instalada y ese chico le había gustado mucho. Finalmente salió un “si” y por cierto, a la media hora sonaba su celular para darle cabida a Alvarito en su vida.
Alvaro fue en la historia de Helena, el amor que toda mujer debería de vivir al menos, una vez en la vida. Era todo aquello que ella siempre había soñado y visto en las películas románticas que siempre le hacían llorar. Absolutamente nadie de quienes los conoció juntos, dudó siquiera un segundo del amor que Alvaro profesaba por ella. Se le notaba en la sonrisa tierna cuando ella divagaba lejos de él en una reunión y él le tiraba un beso; en las llamadas cortas a la oficina para decirle “te quiero y corto, chau”, y que tanta ilusión le provocaban; los detalles dejados por él en la cama de su casa cuando se encontraban los fines de semana o entre semana, cuando ambos se obligaban a hacerse huecos para disfrutarse; el cocinar juntos imitando a Doña Petrona y Cecilia –la hija tonta- que les hacía reírse a carcajadas, mucho más que cocinar; los viajes de fines de semana a lugares lejanos de Montevideo, donde casi nunca salían de la habitación; las discusiones interminables en el sofá del living de la casa, donde él se sentaba y ella recostaba su cabeza en su falda, mientras él acariciaba su pelo y contaba mil historias.
Era imposible no enamorarse de Alvaro. Pero Helena no pudo. Fue muy felíz, inmensamente felíz y se sintió tan amada que por momentos lloraba ante la impotencia de no poder brindarse de igual forma con él. Y aún cuando él lo sabía, continuaba ofreciéndose cada día mas. Ella le quería como ser humano y le deseaba como hombre. Pero Alvaro se merecía algo mas que lo que ella podía ofrecerle y aunque Helena hubiese querido ser egoísta y no importarle lo que le pasara a él, un día decidió cortar. Ambos lloraron, ambos se extrañaron, ambos sufrieron. Quizás mas Helena que Alvaro, no es fácil que le amen a una de esa forma hoy día.
Hoy se tropezaron en el Banco. El lucía igual, Helena se sintió mucho mas vieja. Pero con la ternura de siempre él le acarició la mejilla y ella se vió reflejada en aquellos ojos enormes y brillantes que la observaban como la primera vez. Y por un instante Helena se cuestionó si no fue una estúpida al dejarle ir de su vida. “Si todos somos egoístas -se preguntó- ¿por qué no intenté amarlo?, por qué renuncié a él?”. Pero fue sólo un instante al recordar su historia juntos. Ella siempre supo que el amor no es un capricho que se instala o saca cuando una quiere. Y se despidieron con una sonrisa triste. Como quien escucha un cuento que viene sonando bonito, y una se queda dormida justo antes de saber el final felíz.

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